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Mientras tanto no mientan tanto

viernes, 11 de enero de 2013

El gordo Lanata, periodista

Criticar a Jorge Lanata por el hecho singular de estar trabajando en Canal 13 del Grupo Clarín puedo entenderlo desde la argumentación política de los voceros de un poder que sin dudas se ve afectado por su accionar. Es lógico aquí y en la China funciona así cuando un periodista comienza a dibujar con datos de la realidad una pintura diversa a la que desde el inicio mismo de la política el poder busca autorepresentar para estirar al máximo su supervivencia. Desde la cumbre del poder se da siempre un discurso, como el bíblico sermón de la montaña, no desde las catacumbas. Y este discurso a veces se sustenta con los datos de la realidad aunque sea forzando un poco las cosas; otras veces va tan mal que termina poniendo en ridículo a los actores principales. Algo que siempre salía en las conversaciones cuando los de mi generación éramos aprendices de periodista, y que de hecho he verificado sigue siendo así en generaciones sucesivas hasta la actual, era eso de indagar acerca de la coherencia entre el discurso y la acción de las personas todas, especialmente de aquellas con algo de poder político y social. Soñabamos con San Martín y añorábamos al Che por esa costumbre que tuvieron tan edificante para sus mitos de decir una cosa y después, simplemente, hacer eso que la palabra había empeñado. Algo que muchos años después descubrí en profundidad cruzando el charco salado es que a aquel dúo de idealistas y coherentes hombres pude sumar a Garibaldi. Estoy hablando, naturalmente, de la historia que nos tocó mamar en primera persona, la adolescencia periodística y de nuestra demanda central a la hora de ponernos a criticar y hacerle preguntas a un Intendente o un Presidente o un obispo o un lo que sea con poder real, personas capaces de influir en el curso de los acontecimientos sociales con sus palabras y sus acciones concretas. Suena a una simplificación pero cuando la iglesia te decía que dios amaba a todos por igual nosotros nos poníamos de la cabeza si descubríamos que tantos curas habían bendecido la tortura y la desaparición de personas. Sabíamos que el Ejército había cruzado los Andes para liberar la mitad de América del opresor invasor, así nos educaron. Nos volvimos locos cuando después de décadas de autodegradación los milicos terminaron por cavarse su propia tumba cuando cavaron fosas comunes; Se ahogaron en las aguas del Río de la Plata arrojándose de los aviones junto a las víctimas en los macabros vuelos de la muerte y se sospecha que tambien se ahogaron un poco en el Lago San Roque. Y la política y el poder que los ciudadanos delegan con su voto en todas las circunstancias era sagrado. Uno opone reparos a los ladrones de banco, especialmente cuando emplean la violencia para sus fines. Pero una persona que luego de haber requerido y obtenido en las urnas la delegación del poder popular robara a los propios electores era para nosotros los aprendices de periodistas durante la transición democrática argentina una agravio mayor, una cachetada a la razón, una violencia desmedida contra el pueblo ejecutada sin rubor por profesionales de la política. Esos políticos, desde entonces, nos dan asco. Hasta donde se un gobernante ladrón es un gobernante ladrón En ese contexto y a través de los años he sentido las más alucinantes justificaciones sobre esta cosa de robar desde la política, desde el gobierno de la administración pública, en nombre de altísimos ideales. Y no hago sólo referencia a casos de justificaciones famosas en nuestro país, como dejar de robar por dos años en la época del robo para la Corona, o el más moderno y simbólicamente más hijo e’puta de robar para hacer la revolución, e la época en que si se denuncia que siguen afanando la guita a cuatro manos es porque les hago el juego a la Embajada de Estados Unidos. En el fondo, una y otra justificación se basan en una sólo idea que tantas veces e sentido de diversas maneras en empinados justificadores del momento: para disputar poder hace falta poder y lo que da poder es el dinero punto y aparte ¿Y después, una vez que llegaste seguís afanando? Bueno, después parece que es tarde para hacerse honrado, siempre. El problema periodístico que tengo con el kirchnerismo no es por las ideas que discursea en su actoralmente brillante pero ya hartante autorrepresentación. El problema que tengo es con lo que en efecto HACE, “además” de CÓMO lo hacen, o sea cuáles son los métodos que utilizan para hacerlo. Para ciertas personas que se consideran más revolucionarias que todas los otros seres vivientes este “además” que opongo referido a la forma de hacer las cosas es algo así como una superficialidad burguesa de mi parte, un abuso de mi concepción esteticista de la política, en fin, una mirada pelotuda (tipo como la de Darín por el inexplicable patrimonio de Cristina según Luppi). Sin embargo, cuando repienso esta mirada, veo que una manzana aparenta serlo y cuando la como finalmente decubro otra vez que lo es. Después me digo guarda no seas boludo que un papel pintado es finalmente dinero y poder, o sea una representación que puede significar otra cosa; pero sabemos el exacto significado de esos dibujos cuando llevan la firma de un presidente de cualquier Banco Central. De ahí que los billetes más hermosos sean aquellos pocos firmados por el Che al comienzo de la Revolución en La Habana, pero esto ya es otro tema. ¿Triunfo de Clarín o de Lanata? Lo cierto es que quienes aprendimos el oficio de periodista sabemos que una de las cosas inherentes al trabajo es el diálogo y la negociación constante en mejores o peores términos con los actores políticos del momento y con los dueños de los medios entre tantos otros actores. Así que para mi es totalmente posible que no se aparte de la verdad Lanata cuando dice que hoy no se siente inhibido para hacer su trabajo dignamente en el Grupo Clarín. En cualquier caso creo más bien por lo que veo que la cosa es al revés, y que fue el cuestionado pulpo mediático el que ha aceptado por la fuerza de su oponente directo y la especial circunstancia el trabajo del periodista así propuesto, “sin filtro”. Lo que sucede siempre cuando alguien pone el dinero y el medio con el periodista que allí trabaja son ciertas coincidencias esenciales y límites mutuos que se aceptan, en general, como en cualquier otro trabajo en el mundo. Después viene cada uno a ser más o menos dignamente periodista. A seguir siéndolo o a transformarse en simple vocero de un patrón de billetera generosa como Magneto, o periodista militante en la acepción Nac. & Pop. Y hay de todo se sabe, en todas las partes en pugna, desde siempre. Por eso uno va a lo que se hace, a lo que revela ese periodista, más allá incluso de a quién beneficia o a quién perjudica esa revelación porque el oficio consiste, precisamente, en revelar los datos. Para la interpretación están la filosofía y la historia. Para la acción concreta, los políticos y sus políticas. Amigos que atesoro y compañeros muy queridos y respetados trabajaron (y trabajamos) tantas veces gracias a que políticos o empresarios pusieran dinero o apoyo para sustentar algún medio, para financiar proyectos periodísticos alucinados sin posibilidad de éxito comercial dentro de la pequeña, concentrada y controlada economía que vivimos, realidad por cierto más evidente y estrecha en las provincias que en Buenos Aires. Hemos visto a tantos caer; Pero a ninguno de los amigos y queridos lo vi patinar por el vil metal o fascinarse y colapsar sus principios por el perfume del poder. Muchos sobreviven gracias a que trabajan para un gremio, o cobran sueldos que pagan los grandes medios, o de algún estamento de poder que en inciertos momentos los cobijó de la desgracia de ser pobres, de no poder pagar la boleta de la luz o de comer salteado. Muchísimas veces no coincido con sus miradas, con sus opiniones políticas. A ninguno de estos amigos les he leído o escuchado jamás una crónica indigna. Con muchos de ellos fuimos juntos a buscar apoyos sectoriales para mantener en pie alguna publicación (hermosísimas aventuras); sellamos decenas de acuerdos, convenimos diversos curiosos y hasta divertidísimos pactos de supervivencia editorial con políticos, empresarios, sindicatos, organizaciones, y también con personajes de novela al límite de la decencia. Nunca escribimos unas líneas para justificar a ningún trucho frente a los lectores, jamás publicamos un informe con el objetivo de beneficiar el negocio particular de alguno. Fuimos capaces de actuar la palabra empeñada con nuestros lectores y denunciar cuando correspondía a los políticos truchos aunque en el pasado nos hubieran dado una mano para estar en la calle. Nosotros siempre fuimos claros y concretos: estamos aquí para hacer periodismo. Para hacer qué lo qué? Para que se entienda más cabalmente el criterio asumo como propia la definición de Joseph E. Atkinson, editor del Toronto Star, el diario más importante de Canadá, donde puede leerse en su Declaración de Principios: “El objetivo fundamental del diario es empeñarse en la difusión plena y franca de noticias y opiniones, trabajando dentro del más alto standard de integridad periodística. Nuestra misión principal es focalizar la atención del público sobre las injusticias de cualquier tipo y sobre las reformas que se diseñan para corregirlas”. Por eso en estos días de críticas basadas en 140 caractéres, de frases de impacto mediático, de gestos patrióticos, en esta era de escasa rigurosidad periodística e imperio de la imagen escucho tantas boludeces respecto al oficio que me rebelan. Y no quiero decir con esto que alguien la piensa mal si no le gusta Lanata, su estilo o lo que opina como resultado de su trabajo; Ci mancherebbe!, dicen los italianos; Dios no lo permita! decía mi abuela. Eso no está en discusión aquí. Cada uno lee lo que quiere y se informa como puede. En el intento de estas líneas sólo busco decir que no se puede invalidar a un periodista por aquellas cosas que son parte del oficio y de la vida de un periodista cualquiera, piense como piense, se ubique ideológicamente a la izquierda o a la derecha del centro político de su época. No es el valor ideológico el principal capital de un periodista sino aquél referido a lo que ya como adolescentes percibíamos: la coherencia con la vocación. Quienes escribimos en clave crítica estamos expuestos al error; Y si crecemos incluso nos podemos corregir y si somos honestos nos disculpamos si cabe y siempre, crean, pagamos las consecuencias. Pero la realidad es compleja, no la inventamos nosotros. La jungla es difícil de transitar así como está, llena de peligros, tentaciones y trampas al acecho. El valor del trabajo de un periodista es inversamente proporcional al escosor que provoca en el poder de turno, al odio con que se busca banalizarlo y destruirlo. Por estas cosas, aunque esto da para muchísimo más y sería interesante debatirlo, es que sigo considerando al gordo Lanata el mayor fenómeno periodístico de nuestra generación. Creo que hay muchos periodístas que en sus campos son muy superiores, inmensa cantidad de maestros del arte de los que incluso el propio Lanata ha aprendido. Pero así como hubo un Rodolfo Walsh ícono de una época en la que hubo tantos otros de sus contemporáneos que nos enseñaron y nos apasionaron, así lo veo al Gordo Lanata en nuestra actual contemporanidad. La bestia periodística por excelencia en un país dificilísimo para el desarrollo del oficio más hermoso del mundo.

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