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Mientras tanto no mientan tanto

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Pequeño homenaje a las víctimas del terror

Al iniciarse la histórica causa de La Perla por la represión y desaparición de personas ocurridas allí me vino a la mente un capítulo de "Quién mató a Regino - la novela del caso Maders" que pude publicar en el Informe Córdoba allá por 1998. Este capítulo relata el caso de uno de los represores y reconstruye sus pesadillas devenidas luego de participar en la disposición de los cuerpos en las fosas comunes.
El D2 en el centro de la escena Se levantó de la cama más liviano por primera vez en mucho tiempo, y se hizo unos mates siempre amargos y cebados con agua hirviendo, quemando la yerba y haciendo flotar los palos al tercero o al cuarto de la larga serie. Los cebó esa mañana en soledad, como cuando estaba con la Pelada o alguna otra dama de turno que pudiera conquistar en los entretiempos que le dejaba algún trabajo, o entre sus carreras de rally donde llegó, en su mejor “momento deportivo”, a ser copiloto de Juniors, el sobrino del Hermano Eduardo. Y es que la soledad nunca dependió de estar acompañado, habrá sentido. Es la condición humana tal vez más acabada y permanente. Nacemos solos, morimos solos ¿Qué rara filosofía, qué rincones oscuros de cualquier religión nos hace creer que no somos solos a lo largo de nuestras vidas? La mañana era serena y fresca sobre el patio de la casa de su madre, en un rincón de la República de San Vicente. Era su refugio último y perfecto, adonde recurría para recibir afecto sin ser interrogado más que por su salud, su estado de ánimo o los pequeños desenlaces de la cotidianidad. Bajo la sombra de los paraísos la mañana se hizo más clara y la frescura de la tierra desafiaba con fortuna el calor que traía, poco a poco, el empinado sol del mediodía. Todo era de un verde intenso en ese rincón preferido del planeta y las ideas transcurrían ondulantes como suaves olas, como las caricias que le ofrecía a la gata marmolada que jugaba por debajo de sus piernas. Ya con el agua fría y el mate finalmente abandonado en un ángulo de la mesa, lo ganó por primera vez en mucho tiempo una certeza de esas que nunca se explican desde la razón, pero que determinan la dirección de nuestros pasos con una seguridad que creíamos extraviada por el resto de nuestros días. Sintió la idea como un relámpago y se hizo la luz en los recovecos desquiciados de su mente. Ahora todo era de un patetismo más terminal. Se dio cuenta, sintió que no tenía más remedio y que su vida colgaba ahora de la parte más delgada del hilo. “Antes de caer debo hablar”, se dijo mientras se incorporó pateando a la gata de su madre sin darse cuenta. Fue hasta la pieza, buscó en los bolsillos de su vaquero gastado y sacó un puñado de papelitos sucios y ajados. En uno manchado con grasa para motores tenía de un lado la cuenta de una gomería y del otro el teléfono del Juzgado. Pidió con Johnson & Williams. - El Juez está ocupado. ¿Por qué lo busca? - Dígale que habla Fierrito y que es muy urgente. Sin atenderlo por teléfono el Juez le mandó a decir que si era tan urgente se llegara hasta el Juzgado antes de las tres de la tarde. Cortó y se cambió el vaquero por un ambo Pierre Cardin gris oscuro, camisa blanca, zapatos acordonados negros y libre de corbata partió. Una hora más tarde, sentado otra vez frente a Johnson & Williams, Fierrito comenzó a disparar palabras como si fuesen balas. Revelaciones en el Juzgado Durante las casi cuatro horas que habló por segunda vez ante Johnson & Williams parecieron revelarse secretos escondidos en las paredes más subterráneas de la ciudad, enterrados en los subsuelos del hampa. Su testimonio fue una verdadera orgía de informaciones que sólo podrá interpretarse en su contexto histórico y en la ilación de cada uno de los pasos dados por cada personaje. - Mire Fierrito, ya he tenido una mala experiencia con usted. Le pido que si no tiene algo importante para decir, por favor no me haga perder el tiempo. - Doctor, quiero contar la verdad, imploró de manera extraña. - ¿Usted sabe las veces que he escuchado “la verdad” durante este proceso? respondió el Juez aquella siesta de julio de 1993. - Pero me tiene que escuchar Doctor, insistió el Nazi, por primera vez seguro en mucho tiempo. - Es que usted promete la verdad de los hechos y a mí, escuchar esas palabras, ya me causa gracia. Ah... Ustedes son geniales y creen que uno es un boludo sin causa y sin arreglo. Pero no se confunda, Fierrito. Si usted quiere volver a hablar lo voy a interrogar a fondo y, le advierto, puede volver a quedar detenido si encuentro algún indicio que así lo indique. ¿Supongo que vendrá su abogado? El Juez que de tantas trampas había sido víctima no quería tomarle la declaración sin su presencia porque después no tendría ningún valor legal. Esa treta ya la utilizó con éxito en el asesinato del Empresario ¿No es cierto? Antes de que Fierrito pudiera contestar aquella pregunta fuera de sus precisos cálculos y de la toma formal del testimonio, Johnson & Williams siguió con su discurso pero ahora más enérgico que de costumbre. Y golpeando con su puño sobre el antiguo escritorio de roble que seguía prestando servicio desde su despacho en el Juzgado, le dijo “!Le advierto que si trata de engañarme otra vez la pasará muy mal! Y eso sin considerar, además, que todo cuanto diga tendrá que ser un aporte real a la investigación del caso porque ya estoy harto y no estoy dispuesto a seguir dando vueltas en círculos”, bramó ahora Johnson & Williams, que ya a esta altura estaba desengañado de la Policía, de algunas estructuras judiciales y hasta del Código de Procedimiento Penal y sus intersticios procuradores de impunidad. - Lo que sucede Doctor, y disculpe que meta las narices en asuntos que no me corresponden, dijo Fierrito con astucia y sobreactuada humildad, pero la investigación nunca va a llegar muy lejos si usted sigue confiando en los policías de la Brigada de Investigaciones. -Mire, se impacientó el Juez, agudizando su parca mirada sobre los ojos de Fierrito. Yo sé que no puedo confiar en casi ninguna persona para este caso. Pero también sé que usted ha andado siempre con los de la Brigada haciendo todo tipo de acuerdos y cometiendo toda clase de delitos. Así que no la juegue ahora de inocente y dígame ¿Desde cuando conoce a todos estos personajes? - Al Gordo Cacho, comenzó revelando Fierrito, lo conozco hace unos quince años, aunque le aclaro que nunca llegamos a ser amigos íntimos. Los dos éramos copilotos de rally, pero yo dejé de participar regularmente en 1980. Ese año ocupó mi lugar el actual comisario Zabala, que junto a Buzeppa, también policía en actividad y el hermano del Faisán, ahora comisario, iban siempre al quiosco bar del Gordo Cacho, donde tenía un puesto de venta de panchos electrónicos ¿Los ubica? - ¿A estos comisarios? - No, a los panchos electrónicos. Esos que... - Sí, si, Fierrito. Siga por favor. - Bueno. Ese quiosco bar estaba sobre la avenida Colón, frente a la galería Cinerama. Pero había decenas en toda la ciudad. Los permisos truchos se los conseguía el Cara de Buen Pastor. Y vendían de todo. Usted me entiende, Doctor, acotó inclinando la cabeza hacia abajo y elevando hacia arriba sus ojos, en dirección a los del Juez. Pero en realidad a los de la Brigada los conocí mucho antes, cuando trabajé como empleado del Banco de Córdoba. -¿Así que usted era empleado del banco oficial? ¿Qué hacía? ¿Era cajero en una sucursal?, punzó ahora Johnson & Williams con inocente ironía. - No Doctor. Yo iba en los camiones blindados transportadores de caudales que pertenecían al Banco. - ¿Usted cuidaba la plata de los blindados? preguntó, y con complicidad comentó; Me imagino qué seguros viajarían esos recursos de la Provincia - Es que la paga no era mala y digamos que siempre se podía hacer una extra, me explico Doctor - Sí, perfectamente, dijo Johnson & Williams que atendió en ese momento un llamado telefónico muy corto y antes de colgar pidió al Secretario que no le pasara más llamadas. Disculpe, lo escucho. - En esa tarea de custodia de los blindados éramos acompañados siempre por los policías del Departamento de Informaciones. Así se llamaba en aquella época, por los años 74, 75, lo que hoy sería la Dirección General de Inteligencia. - Ahá, fue la corta expresión del Juez, quien acababa de certificar que estaba enfrentando directamente a los sicarios del temible D2, aquel centro de tortura con el que la Policía de Córdoba pasó a engrosar la larga lista de las vergüenzas universales de la humanidad. Fierrito había estado con ellos desde el principio, al igual que el Faisán. Y los de la Brigada de Investigaciones que trabajaban para “esclarecer” el asesinato de Regino. De jóvenes aprendieron que los buenos negocios requieren, más que de una oficina bien puesta en el centro y la correspondiente habilitación municipal, de una nueve milímetros en la cintura. ¿Acaso esta especie de asesinos asalariados no existía antes de los años 70? Nada de eso. Pero cuando el poder entró en descomposición, como siempre sucede en estos casos, los violentos no encuentran límites para sus paladares voraces de sangre, para sus espíritus destructivos y despiadados a la hora de dar o recibir órdenes. Y la cosa se agravó desde el 76, cuando llegaron al poder los militares y el Cachorro Menendez agarró la manija. Entonces, se sabe, todo fue más organizado y sistemático. Había un plan y un Jefe. Fue el apogeo del D2 y de sus bestias. La sombra en la que se movían se amplió hasta el extremo, hasta el último paraje de la provincia, y mientras la gran ciudad mediterránea palpitaba en sus entrañas el terror, al ras de la tierra el silencio, la resignación y la complicidad. La dictadura los hizo descender a la escala de monstruos, de insaciables y descarnados perros salvajes, desfigurando para siempre sus sentidos y llenándolos de pesadillas y fantasmas. “Yo me encargaba de tapar los cuerpos con cal viva, en las fosas comunes del cementerio de San Vicente, para que no quedaran rastros”, le confesó una noche el Loco Sintonía al Gordo Morete, cuando se encontraron las primeras veces en Villa Revol. El vino y algo, un poco de cocaína para festejar ese encuentro, terminaron desatando sus implacables cuerdas interiores que le sujetaban con fuerza el alma. “Y algunas veces vienen por las noches los cuerpos desde el fondo de la fosa, sin sexo, sin ojos. Están en el fondo como un plato de spaghettis blancos como la nieve, las piernas, los brazos, los cuerpos empiezan a temblar y yo inmóvil, paralizado, parado en la punta de la fosa con la pala en la mano. Tiemblan con fuerza los cuerpos en la fosa, se están comunicando, empiezan a organizarse. Algo están haciendo y me pregunto repetidas veces qué podrán hacer, qué cosas pueden hacerme esos perdidos en la imprecisa masa carnal. Es cuando comienzan a girar sus cabezas sin rostro. Ahora la giran a alta velocidad, como si la estuvieran desenroscando de sus cuerpos. Están como locos, agitados, conjurando algo, de eso estoy seguro. De repente toc, una cabeza se clava, deja de girar y me apunta con los ojos cerrados primero, y abiertos después. Tiene las cóncavas vacías, huecas, pero sé que me mira. Toc, toc, toc, se van deteniendo de a una las cabezas que giraban allá abajo en la fosa, me miran y se convulsionan, hacen arcadas asquerosas, profundas y vomitan cal viva a chorros contra mi cuerpo ¿Yo qué mierda les hice, si ya estaban muertos? le grito furioso, desencajado, aterrorizado, inmóvil. Pero nadie contesta mientras me van cubriendo con esa cal del vómito pegajoso. Es como una pasta viscosa, espesa, repugnante. Y quema la cal. Ahora mi cuerpo levanta temperatura !Me estoy quemando vivo! !Dios, qué cosas he hecho para merecer este infierno! !Por qué a mí! Me quemo, me quemo, me quemo !Por favor! !Piedad! Me quemo vivo, me quemo. La piel se me cae a pedazos y la carne se deshace como si fuera de cera !Me quemo vivo! Los vómitos no cesan y están serios, muy serios destrozándome. Los huesos, siento la médula y el cerebro hirviendo, burbujeando !Sé que no tengo perdón! Y entonces despierto empapado en sudor, agitado, con las pulsaciones a mil y la cabeza hacia atrás y tensada al máximo. Durante esas mañanas cada vez más frecuentes ni siquiera puedo desayunar”. Por aquellas oscuridades habían estado todos nuestros personajes más temibles, en aquella escuela del terror. Pero ya con el regreso de la democracia trataron de reubicarse, de amoldarse a “los nuevos tiempos”. Varios fueron perdiendo su lugar en las filas policiales porque a veces algunos de sus “nuevos excesos” trascendían a la prensa, pero no perdieron sus relaciones ni contactos ni sus hábitos. Tampoco dejaron de pertenecer a esa Hermandad que aglutina a los peores policías, a los más peligrosos hombres de la Side, la Secretaría de Inteligencia del Estado, y a unos cuantos mesiánicos de verde oliva. Toda esa siniestra Hermandad volvía como una ola sobre el despacho de Johnson & Williams, en el corazón palpitante del caso Maders. Embarrando la cancha - Y dígame, Fierrito ¿Hasta cuando trabajó para el Banco de Córdoba? siguió el Juez con su interrogatorio. - Hasta 1989, cuando me puse un negocio de venta de neumáticos y repuestos de autos. Me fue bastante bien hasta el año pasado, Doctor. Le proveía de neumáticos a la Policía, para los patrulleros, por lo que seguí en contacto con los de la Hermandad. Pero a ese negocio iban todos, hasta Bazar Duró, cuando estaba como Jefe de Policía y a quien le costó el cargo una investigación sobre venta de drogas que lo llevó hasta el despacho del Cara de Buen Pastor, en la Legislatura provincial. Parece que su novia también vendía, esa que vive en los departamentos de la avenida Sabattini. La novia del Cara de Buen Pastor fue la que conoció el Faisán mientras estaba a cargo de la comisaría del lugar, cuando le robaron el pasacasette. Allí nació el vínculo directo entre los dos. “Así que tenemos a Fierrito como proveedor de la Policía”, pensó Johnson & Williams sin salir del asombro. Y tenemos a los del D2 asociados al Cara de Buen Pastor a través del Gordo Cacho, en principio”. Pero Fierrito no se detuvo. Estaba casi entusiasmado con su relato y tenía que dejar la cancha más embarrada que cuando lo hicieron salir a jugar de prepo, tras la declaración trucha de la Pelada, que lo había dejado con la soga ajustándole el cuello. Y dijo más. - Ahora, Doctor, en el ambiente se dice que el Gordo Cacho, el Cara de Buen Pastor, el Gallego García, su fallecida novia noruega y el ex Jefe de Policía Grigionti habían aterrizado un Cessna bimotor en la pista clandestina de Pampa Blanca, a unos pocos kilómetros de Tanti. Ese es un campo de la familia Grigionti. - Escuchemé, Fierrito. Usted se aparece de pronto, después de casi un año, y cuenta un montón de historias pero sin aportar pruebas de ningún tipo. ¿Qué pretende? - Nada Doctor. Quiero terminar con esta historia y que dejen de perseguirme los de la Brigada. Yo sé que no tengo pruebas que demuestren lo que digo, pero, usted tiene que conocer los detalles, Doctor. Yo lo vi al Gordo Cacho, el año pasado, con el fiscal Sirrossi conversando en el bar que está a la entrada de la galería Cinerama. Tomaban café frente al quiosco bar de los panchos electrónicos. - Le aclaro que usted está mencionando al Fiscal. - Sí Doctor. Pero lo más curioso fue que varios días después, cuando me llegué hasta el Juzgado, Sirrosi me dijo: “Fierrito, te han hecho una propuesta y más vale pájaro en mano que cien volando. Vos acá no tenés nada para ganar, todo lo tenés para perder. Porque no la agarrás y te las tomás”. Y esto me llamó la atención porque unos días antes el Gordo Cacho me había dicho que tenía una propuesta de 300 mil dólares para que asuma el asesinato y me rajara del país. Lo pensé mucho pero no acepté porque no tengo nada que ver con el asunto y porque mi familia iba a quedar aquí, convertida en una letrina. Creo que el Gordo Cacho le pudo haber contado a Sirrossi, pero tanto no sé Doctor. Todo esto sucedió cuando me entregué la otra vez, pero usted verá Doctor que no podía hablar demasiado en aquella circunstancia.

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